Cuba, Venezuela y el abandono del mundo democrático
Una frase de Demócrates alertaba de que «todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa» y en el caso de la región latinoamericana parece que se comprueba esa máxima como cierta. El mal ejemplo que ha representado Cuba para los pueblos hermanos de la región ha sido, es y será convenientemente manipulado por algunos nuevos “líderes” que han comprobado que asumiendo un gobierno autócrata y antidemocrático similar, les permitirá convertirse en caudillos de por vida.
Tras casi medio siglo de poder unipersonal en Cuba, el egocéntrico personaje que ha pretendido hacer de un uniforme verde olivo y su cutis sin afeitar los símbolos de rebeldía de un continente, ha tenido el éxito que esperaba. Su postura antinorteamericana le proporcionó, y aún le proporciona, el desvío de atención suficiente para que el resto del mundo no actúe responsablemente frente a las violaciones a los derechos humanos que se vulneran ininterrumpidamente en Cuba desde los comienzos de la llamada “revolución cubana”.
La atención que sucesivos gobiernos norteamericanos le han dispensado al tema cubano hasta ahora se ha demostrado insuficiente. Quizás han actuado con excesiva despreocupación y les ha importado poco que Fidel Castro se arrogue el autodefinirse como enemigo de los Estados Unidos. Algo para lo que el dictador ha intentado ganar puntos, primero sólo como pago a una benefactora URSS que le garantizaría una ideología y el poder militar; y segundo, como medio para destacar internacionalmente como una especie de David frente a Goliat, pero ambos enfocados al fin último de permanecer en el poder.
El régimen cubano ha practicado un apartheid más inhumano y salvaje contra sus ciudadanos que el que empleó el régimen racista sudafricano años atrás, pese a ello la comunidad internacional no se ha planteado aplicarle sanciones ni tan siquiera similares a las que empleó con Sudáfrica. A Estados Unidos se le ha dejado solo en la defensa de la instauración de la democracia en Cuba. Un error que ha sido convenientemente manipulado por los acólitos del castrismo en el mundo, para que la situación sea vista como un problema bilateral de un estado poderoso contra otro pequeño.
Pero los problemas se reproducen cuando no se les soluciona y en Latinoamérica nuevos tiranos se van afianzando en el poder y utilizan el enfrentamiento con los Estados Unidos como justificación. El resto de la comunidad internacional sigue sin ver en ello un problema y no apoya a Norteamérica cuando alerta de que Venezuela está desestabilizando la región conjuntamente con Cuba. Más bien actúan como aliados de esos enemigos de la libertad y de la democracia cuando proceden a venderle armamento, aviones y barcos de guerra. Es como si la democracia debiera estar supeditada primeramente a los intereses económicos antes que a unos valores y principios que deben ser defendidos prioritariamente.
Un gobierno personalista y dictatorial como el que se está imponiendo en Venezuela expresa congruencia cuando repite la misma estrategia que ha empleado la dictadura cubana en medio siglo. Llamar a la “unidad” contra los Estados Unidos y buscarse amigos que aborrecen los valores democráticos constituye, para los que hemos padecido el régimen cubano, la certeza de que el discípulo de Castro en Venezuela se mueve por idéntico camino.
El peligro de que proliferen regímenes como los de Cuba y Venezuela por la región sigue sin valorarse seriamente por los países que defienden la democracia como forma de estabilidad, convivencia y prosperidad. Si no se debe imponer por la fuerza la democracia a países que carecen de ella, al menos no deberíamos armarlos para que utilicen ellos la fuerza para mantenerse en el poder, ni amenazar ni desestabilizar a sus vecinos. El abandono y dejadez que por casi medio siglo ha sufrido Cuba por la mayor parte del mundo democrático se vuelve a repetir con Venezuela, un error que sufren primeramente sus pueblos, pero que a la larga sufre el conjunto de la humanidad.
Tras casi medio siglo de poder unipersonal en Cuba, el egocéntrico personaje que ha pretendido hacer de un uniforme verde olivo y su cutis sin afeitar los símbolos de rebeldía de un continente, ha tenido el éxito que esperaba. Su postura antinorteamericana le proporcionó, y aún le proporciona, el desvío de atención suficiente para que el resto del mundo no actúe responsablemente frente a las violaciones a los derechos humanos que se vulneran ininterrumpidamente en Cuba desde los comienzos de la llamada “revolución cubana”.
La atención que sucesivos gobiernos norteamericanos le han dispensado al tema cubano hasta ahora se ha demostrado insuficiente. Quizás han actuado con excesiva despreocupación y les ha importado poco que Fidel Castro se arrogue el autodefinirse como enemigo de los Estados Unidos. Algo para lo que el dictador ha intentado ganar puntos, primero sólo como pago a una benefactora URSS que le garantizaría una ideología y el poder militar; y segundo, como medio para destacar internacionalmente como una especie de David frente a Goliat, pero ambos enfocados al fin último de permanecer en el poder.
El régimen cubano ha practicado un apartheid más inhumano y salvaje contra sus ciudadanos que el que empleó el régimen racista sudafricano años atrás, pese a ello la comunidad internacional no se ha planteado aplicarle sanciones ni tan siquiera similares a las que empleó con Sudáfrica. A Estados Unidos se le ha dejado solo en la defensa de la instauración de la democracia en Cuba. Un error que ha sido convenientemente manipulado por los acólitos del castrismo en el mundo, para que la situación sea vista como un problema bilateral de un estado poderoso contra otro pequeño.
Pero los problemas se reproducen cuando no se les soluciona y en Latinoamérica nuevos tiranos se van afianzando en el poder y utilizan el enfrentamiento con los Estados Unidos como justificación. El resto de la comunidad internacional sigue sin ver en ello un problema y no apoya a Norteamérica cuando alerta de que Venezuela está desestabilizando la región conjuntamente con Cuba. Más bien actúan como aliados de esos enemigos de la libertad y de la democracia cuando proceden a venderle armamento, aviones y barcos de guerra. Es como si la democracia debiera estar supeditada primeramente a los intereses económicos antes que a unos valores y principios que deben ser defendidos prioritariamente.
Un gobierno personalista y dictatorial como el que se está imponiendo en Venezuela expresa congruencia cuando repite la misma estrategia que ha empleado la dictadura cubana en medio siglo. Llamar a la “unidad” contra los Estados Unidos y buscarse amigos que aborrecen los valores democráticos constituye, para los que hemos padecido el régimen cubano, la certeza de que el discípulo de Castro en Venezuela se mueve por idéntico camino.
El peligro de que proliferen regímenes como los de Cuba y Venezuela por la región sigue sin valorarse seriamente por los países que defienden la democracia como forma de estabilidad, convivencia y prosperidad. Si no se debe imponer por la fuerza la democracia a países que carecen de ella, al menos no deberíamos armarlos para que utilicen ellos la fuerza para mantenerse en el poder, ni amenazar ni desestabilizar a sus vecinos. El abandono y dejadez que por casi medio siglo ha sufrido Cuba por la mayor parte del mundo democrático se vuelve a repetir con Venezuela, un error que sufren primeramente sus pueblos, pero que a la larga sufre el conjunto de la humanidad.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home