El chicle del Comandante
Los discursos de Castro al pueblo cubano, los de sacrificio, los de rechazo a los productos "capitalistas", siempre han sido contrarios a su propia y enfermiza inclinación a consumirlos, pero mientras no se vea o sepa, todo estará bien. Los que algún día compartieron con el dictador conocen que sus vicios son aún más “secretos de estado” que su actual y delicada situación médica.
Hace escasos días el gobernante venezolano, su amigo personal, reveló una receta de una pócima que supuestamente Castro se prepara y llama «tsunami» y que consiste en «un 50 por ciento de avena, 25 por ciento de harina integral de centeno y el otro 25 por ciento de harina integral de trigo». Según Chávez se «combina todo eso y es una maravilla porque eso es pura fibra y eso limpia el estómago, todas las vías digestivas» y narró que Castro le hizo tomar la bebida en Argentina para mejorarlo de una dolencia gástrica, cuando ambos coincidieron el mes pasado en una cumbre.
Existe un producto que Fidel Castro siempre ha identificado con los Estados Unidos y que lo ha caracterizado como uno de los peores vicios del sistema capitalista y a cuyo boicot siempre se le ha sumado la izquierda más reaccionaria: el chicle. Castro incluso en un discurso del 28 de septiembre de 1960, recién llegado de New York empezó su cruzada contra él, lo atacaba entre aplausos diciendo «¡Malanga sí, chicle no!» Un poco después, el 23 de abril de 1961, volvía a expresar: «¡Nosotros somos un pueblo que no hablamos inglés, ni mucho menos; que no masticamos chicle, ni mucho menos!».
Al cubano sólo le quedó la posibilidad de consumir y cuidar con mimo al “capitalista” chicle cuando un familiar lo visitaba, o algún diplomático o funcionario gubernamental se atrevía a traerlo de un viaje al extranjero, con el consiguiente riesgo de que lo acusaran de “diversionismo ideológico”, si lo descubrían. Los niños cubanos si hacían que un chicle durara, lo ponían en el refrigerador (nevera) y cuando perdía su sabor a menta (o a fresa) se mezclaba con pasta dental para que su sabor fuera parecido al primer día.
La paradoja surge cuando recientes estudios han demostrado los beneficios de masticar la goma de mascar (chicle), y más beneficioso aún para pacientes operados de colon. Según los investigadores el masticar chicle acelera el retorno de la función intestinal y reduce en más de dos días el ingreso hospitalario. La razón al parecer estriba en que al masticarlo liberamos hormonas que activan el tracto gastrointestinal, o sea, como asegura el Dr. Michael Harris, cirujano de la facultad de medicina Mount Sinai de la ciudad de Nueva York: «estimula un reflejo neuronal y hormonal que ayuda a despertar el intestino»
Parece que el “tsunami” de Castro, con ingredientes imposibles de adquirir por la mayoría de los cubanos, no es tan efectivo para su recuperación como un “odiado” y simple chicle. Pero, ¿alguien podría asegurar que Castro ya no ha ejercitado su mandíbula con ese “vicio” capitalista?
Hace escasos días el gobernante venezolano, su amigo personal, reveló una receta de una pócima que supuestamente Castro se prepara y llama «tsunami» y que consiste en «un 50 por ciento de avena, 25 por ciento de harina integral de centeno y el otro 25 por ciento de harina integral de trigo». Según Chávez se «combina todo eso y es una maravilla porque eso es pura fibra y eso limpia el estómago, todas las vías digestivas» y narró que Castro le hizo tomar la bebida en Argentina para mejorarlo de una dolencia gástrica, cuando ambos coincidieron el mes pasado en una cumbre.
Existe un producto que Fidel Castro siempre ha identificado con los Estados Unidos y que lo ha caracterizado como uno de los peores vicios del sistema capitalista y a cuyo boicot siempre se le ha sumado la izquierda más reaccionaria: el chicle. Castro incluso en un discurso del 28 de septiembre de 1960, recién llegado de New York empezó su cruzada contra él, lo atacaba entre aplausos diciendo «¡Malanga sí, chicle no!» Un poco después, el 23 de abril de 1961, volvía a expresar: «¡Nosotros somos un pueblo que no hablamos inglés, ni mucho menos; que no masticamos chicle, ni mucho menos!».
Al cubano sólo le quedó la posibilidad de consumir y cuidar con mimo al “capitalista” chicle cuando un familiar lo visitaba, o algún diplomático o funcionario gubernamental se atrevía a traerlo de un viaje al extranjero, con el consiguiente riesgo de que lo acusaran de “diversionismo ideológico”, si lo descubrían. Los niños cubanos si hacían que un chicle durara, lo ponían en el refrigerador (nevera) y cuando perdía su sabor a menta (o a fresa) se mezclaba con pasta dental para que su sabor fuera parecido al primer día.
La paradoja surge cuando recientes estudios han demostrado los beneficios de masticar la goma de mascar (chicle), y más beneficioso aún para pacientes operados de colon. Según los investigadores el masticar chicle acelera el retorno de la función intestinal y reduce en más de dos días el ingreso hospitalario. La razón al parecer estriba en que al masticarlo liberamos hormonas que activan el tracto gastrointestinal, o sea, como asegura el Dr. Michael Harris, cirujano de la facultad de medicina Mount Sinai de la ciudad de Nueva York: «estimula un reflejo neuronal y hormonal que ayuda a despertar el intestino»
Parece que el “tsunami” de Castro, con ingredientes imposibles de adquirir por la mayoría de los cubanos, no es tan efectivo para su recuperación como un “odiado” y simple chicle. Pero, ¿alguien podría asegurar que Castro ya no ha ejercitado su mandíbula con ese “vicio” capitalista?
Coca Cola, Adidas, Nike y hasta el “burgués” chicle junto a otras marcas “capitalistas” han sido disfrutados y se disfruta en la intimidad por Castro, su comité central, deportistas de élite, familia y allegados. Dentro de la cúpula de poder los ha habido más discretos y otros menos como el comandante Guillermo García Frias, que no le importaba mostrarse en público consumiendo cigarrillos americanos "More", sus preferidos. Los responsables de la tragedia cubana carecen de la ideología que han querido inculcar a los cubanos, sólo la utilizan como la herramienta imprescindible que les ha permitido parapetarse en el poder por 47 años. La salud de Castro es “secreto de estado” porque es el secreto de su intimidad, de sus “vicios”, de su mentira. No puede permitir se descubran imágenes diferentes a las del barbudo "íntegro" vestido de verde olivo. Ese es el peligro real del que se cuida para que la historia no lo absuelva como el tirano más cínico e hipócrita.
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