Wenceslao Cruz Blanco

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«La palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla.»

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lunes, agosto 18, 2003

Castro, El Supremo de Roa Bastos

Roa recibido por su Supremo
Si un dictador, Stroessner, le indujo a vivir fuera de su país. Otro, más tiránico aún, lo esta condenando al desprecio de los que han leído e interpretado sus libros. Él se considera como un eterno exiliado; pero, voluntariamente está eligiendo un nuevo exilio, se está yendo a donde van los intelectuales co-responsables de las desgracias del pueblo cubano. Le hace compañía a Benedetti, a García Márquez, y a otros que Castro seduce y convierte en autores incongruentes con sus escritos. El dictador cubano los lleva al exilio más evitado por un escritor con principios: a la invalidez moral de su obra.

Si su primera obra fue teatral y se llamó “La Carcajada”, su última actitud, también teatral, de apoyo a Castro y contra la disidencia, es una burla a los principios éticos que deberían regir la conducta de un escritor merecedor del Cervantes. En su libro titulado: “Yo El Supremo”, en clara referencia a como se hacía llamar Gaspar Rodríguez de Francia, uno de los déspotas más sanguinarios del Paraguay, el octogenario autor olvida el alarmante parecido con el tirano de Cuba.

En junio del 2001, Hugo Chávez, el “aprendiz” de Castro, publicó un aviso en todos los periódicos locales paraguayos, en español y guaraní, con alabanzas al “doctor Francia”. Desconocía, o quizás conocía muy bien que “El Supremo”, fue un hombre cruel, que aisló a su país del resto del mundo. Asesinó no solo a opositores; también, a miembros de su propia familia: al esposo de su hermana y al sacerdote que los casó. Se enfrentó de forma constante con la Iglesia católica y otras actitudes que van siendo muy parecidas a las que está tomando actualmente Chávez. Actitudes todas superadas y con sobresaliente por Fidel Castro. Ya le recomendaron al “bolivarista” venezolano, en el Universal del 29 de junio del 2001, que se leyera el libro de Roa Bastos para que estuviera consciente de su metedura de pata.

Pero que podemos esperar si el propio autor del libro caracteriza a Castro como: «Para Fidel, a mí me faltan las palabras, porque ha excedido los límites de un dirigente político revolucionario» y añade: «La presencia de Fidel (y déjenme llamarle Fidel como a un hermano) tiene una importancia muy grande, porque es una figura casi mítica que ha sabido llevar todos los pasos de una Revolución muy difícil que, como digo, está a las puertas del imperio con un coraje y un espíritu de la civilidad y del respeto a los valores realmente populares que son un ejemplo para América y para todo el mundo.».

Esas palabras del premio Cervantes son esclarecedoras. Advierten del “alzheimer político” que sufren los viejitos amigos de Castro, más cuando respondiendo a la periodista Judith Gociol (el 17 de octubre de 1997, que le preguntó sobre su novela “El Fiscal” y de Strossner), llega a su máxima incongruencia respondiendo:
«La literatura latinoamericana está infectada de esos dictadores clásicos y es una fauna que para mí tiene que desaparecer. Yo creo que ahora hay otro tipo de dictaduras a las que hay que poner nombre y describir. Estamos empeñados en creer que vivimos en un mundo democrático que, sin embargo, contradice a esa democracia a cada paso»

El Sr. Roa parece reconocer que Castro desaparecerá, pues es de la misma “fauna” que Stroessner aunque sea de la “especie” Izquierda y le supere bastantes años en el poder. Llega a más, y echa en cara a los que se sienten libres como que están equivocados y «empeñados» en estar seguros de disfrutar una democracia.

El premiado autor, indudablemente, se sentirá mejor cuando baje del avión particular de Castro. A pie de la escalerilla los pioneritos, los obreros e intelectuales cubanos le aseguraran, con el miedo dentro, que serán como el Che, que esta es la tierra con que soñó Martí, que en Cuba existe la verdadera democracia.

Sí, la democracia que hace que se “empeñen” los cubanos en huir arriesgando su propia vida, vida sin sentido que Roa Bastos agradece a Fidel. Su adorado y último Supremo.